Alos 103 años, falleció Fortunato Benaim, cirujano maestro de la Medicina del Quemado. Fundó y presidió la Federación Iberolatinoamericana de Cirugía Plástica y la Sociedad Internacional de Quemaduras. Trabajó incansablemente para promocionar la prevención desde las escuelas y formó discípulos que, en la actualidad, son referentes en la especialidad. Su deceso se conoció este domingo.
Era miembro de la Academia Nacional de Medicina (ANM), donde desde 1996 ocupó el sitial Héctor Marino, pionero de la cirugía plástica en el país y el exterior. A través de la Fundación del Quemado que lleva su nombre, con colegas promovió desde la década del 80 la especialización profesional, la investigación, la prevención de las quemaduras y la rehabilitación de los pacientes.
Nacido en la ciudad de Mercedes, provincia de Buenos Aires, el 18 de octubre de 1919, Benaim se recibió de médico por la Facultad de Medicina Universidad de Buenos Aires en 1946. En esa casa de altos estudios, durante su carrera, llegó a ser Profesor Honorario de Cirugía y, en la Universidad del Salvador (USAL), se desempeñó como Profesor Consulto en Cirugía Reparadora.
Inició la práctica profesional en el Hospital Ramos Mejía, de la ciudad de Buenos Aires. Fue, primero, ayudante de laboratorio y, luego, practicante de sala en ese centro porteño. A partir de 1945, y durante una década, continuó su formación en el Hospital Argerich, ya como médico concurrente en el Servicio de Cirugía a cargo del profesor Arnaldo Yódice, a quien consideró su maestro y quien lo orientó a especializarse en cirugía reconstructiva.
La atención de una familia que había sufrido quemaduras graves en el incendio de su vivienda fue la puerta de entrada en 1948 a la que sería su especialización definitiva. De hecho, la tesis con la que obtuvo el título de Doctor en Medicina (1952) describió los resultados obtenidos con el injerto de piel. Obtuvo una calificación sobresaliente en la defensa de su investigación y la Asociación Argentina de Cirugía la consideró el mejor trabajo científico del año.
En los Estados Unidos, a partir de 1955, accedió a becas por concurso para entrenarse en el tratamiento del quemado con autoinjertos de piel (Universidad de Texas), cirugías complejas y uso de homoinjertos (Hospital Barnes de la Universidad de Washington) y vascularización de los injertos cutáneos (Hospital de Nueva York/Universidad Cornell).
Por concurso, en 1956, accedió al cargo de director del Instituto Nacional de Quemados, Cirugía Plástica y Reparadora, que a partir de 1967 depende de la cartera sanitaria porteña y se lo conocerá finalmente como Hospital de Quemados, en el barrio de Caballito. Se jubiló a los 65 años (1984). Hacía tres años que había creado “con un grupo de amigos”, como recordaba durante entrevistas, la fundación que lleva su nombre. Ahí, en 1990, abrió el Banco de Piel y, en 1992, el Laboratorio de Cultivos Celulares, que fueron los dos primeros servicios en su campo reconocidos como tales en el sistema de salud pública.
A través de la fundación, publicó la Revista Argentina de Quemaduras (1983) para la difusión en español de estudios de investigación de la especialidad. Era la única publicación disponible en el mundo en ese campo en español.
Dedicó gran parte de sus esfuerzos a trabajar por los chicos que necesitaban atención para reparar las secuelas físicas y mentales asociadas con las quemaduras. Ya en 2007, desde la fundación estimaron que había unos 150.000 menores que en el país requerían cirugía y, con su equipo, la proporcionaban de manera gratuita, con apoyo de otras instituciones, para los pacientes de cualquier lugar del país, sin recursos ni cobertura. “Las quemaduras más frecuentes son los accidentes domésticos y la mayoría de las víctimas son chicos”.
Premiado en el exterior y en el país, fue miembro con honores de las principales academias, sociedades científicas y asociaciones profesionales de la especialidad locales y en el mundo. La música fue otra de sus pasiones: desde chico, tocaba el violín, pero también el piano y la batería. Su madre, Alegrina Bensadon, lo había anotado desde pequeño en el Conservatorio de la ciudad de Mercedes, como recordaron sus colegas y discípulos en reiterados homenajes.