Mons. Scheining nos habla.
«Lo que quiero decir, es que, en estos tiempos históricos y culturales, que también se dan aquí entre nosotros los argentinos, aparecen formas de vida atravesadas por un profundo individualismo, por una priorización del yo por sobre el nosotros, del bien individual por sobre el Bien Común y la justicia social, por un sálvese quien pueda por encima de una solidaridad afectiva y efectiva. Entonces, ser diáconos del Señor es estar en contra de esa corriente, e intentar con la palabra, los gestos y la propia vida, ser signos de otra manera de entender, de ser, de hacer y de estar en la vida.
«En ocasión de celebrar la misa de ordenación en la Basílica de Luján de tres nuevos diáconos para la Iglesia particular de Mercedes Luján, el Arzobispo de la misma Monseñor Jorge Eduardo Scheining tuvo palabras de aliento y compromiso para con los futuros sacerdotres. Aquí transcribimos la totalidad de la homilía pronunciada.-
Queridas hermanas y queridos hermanos. Estamos en el tiempo Pascual invitados a experimentar que el Señor está Vivo y presente aquí entre nosotros, con toda la fuerza de su Vida y de su Amor. El Resucitado, se nos manifiesta de diversas maneras. Está presente en esta comunidad eclesial que somos, que Él mismo ha convocado, todos procedentes de diversas ciudades, para estar en este Santuario, a los pies de la Madre del Señor, Nuestra Señora de Luján. En Ella hay una presencia exclusivísima que nos cautiva y atrae. También se hace presente en su Palabra Viva que hemos proclamado con toda solemnidad y, en el pan y el vino que se convertirán en su cuerpo y en su sangre. Todos podemos darnos cuenta de que el Señor Resucitado está misteriosamente presente entre nosotros, llenándonos de alegría, de esperanza y dándonos Vida en abundancia. Hoy se nos revela de una manera particular en la configuración que el Espíritu del Señor hará en estos tres jóvenes, haciéndolos diáconos por Cristo, con Cristo y en Cristo. Porque en ellos, el Espíritu Santo hará una transformación profunda y total, de tal manera que quedarán asimilados al Señor Jesucristo para toda la vida. Por la imposición de mis manos y la oración que haré para que venga a ellos el Santo Espíritu de Dios, quedarán consagrados de una manera nueva a la que ya lo están por el bautismo y la confirmación y tendrán una nueva gracia, un nuevo carácter, que los asimilará al Señor y a su misión para siempre. Toda la vida de ellos estará marcada por Jesús, su vida y su misión.
Por eso, deseo invitarlos a todos ustedes queridos hermanos y hermanas, especialmente a la familia de estos tres jóvenes, a los sacerdotes, a los diáconos permanentes y a los seminaristas, a descubrir esa presencia Viva de Jesús que sigue llamándonos y enviándonos como lo viene haciendo en estos últimos dos mil años. Y, porque el Señor ha Resucitado y está Vivo en la historia y en la Iglesia, es que estos tres jóvenes están siendo ordenados diáconos.
La Palabra de Dios que hemos proclamado, nos ayuda a descubrir algún aspecto de este ministerio diaconal, en este día en el que también hacemos memoria del obispo Toribio de Mogrovejo, arzobispo de Lima en el año 1581, que pastoreo su Iglesia que prácticamente abarcaba toda la Sudamérica de habla hispana, haciéndolo con total entrega y pasión. Lo recordamos como un incansable peregrino, predicador y gestor del Reino de Dios. Nos dice el Evangelista Mateo que el Señor iba por todas partes encontrándose con todas las personas, haciendo presente el Sueño del Padre, su Reino. Lo hacía con su palabra y con gestos penetrantes que sanaban de toda dolencia. Jesús nos mostró que su vida era servir. No era un hombre que trabajaba sirviendo a los demás, no. Servir para Él era mucho más que realizar acciones y actividades pastorales. Servir para el Señor era la manera en que concebía
su vida. Todo Él era servicio, entrega generosa, disponibilidad total, olvido de sí, amor concreto hacia aquellos de los que Él mismo se hacía prójimo, como el Buen Samaritano.
Si la vida del Señor es servicio y nosotros que lo seguimos, queremos servir como Él, debemos tener mucho cuidado que nuestros pensamientos, sentimientos y acciones, estén en sintonía con ese “paradigma evangélico” y no, con “el paradigma del mundo”. Lo que quiero decir, es que, en estos tiempos históricos y culturales, que también se dan aquí entre nosotros los argentinos, aparecen formas de vida atravesadas por un profundo individualismo, por una priorización del yo por sobre el nosotros, del bien individual por sobre el Bien Común y la justicia social, por un sálvese quien pueda por encima de una solidaridad afectiva y efectiva. Entonces, ser diáconos del Señor es estar en contra de esa corriente, e intentar con la palabra, los gestos y la propia vida, ser signos de otra manera de entender, de ser, de hacer y de estar en la vida.
Queridos hijos, les pido que recuerden siempre, que esta enorme exigencia que comienza en el propio corazón, corazón que muchas veces puede estar tomado por los criterios de “la mundanidad”, como insiste tanto Francisco, esta asistida por la gracia del sacramento del orden. Nunca olviden que cuentan con la gracia de Dios. Déjenme decirles algo de esta gracia. Nosotros entendemos la vida en alianza con Dios, una alianza que nos permite, por un lado, desplegar nuestra humanidad con total libertad, pero que, al mismo tiempo, necesitamos de Dios y de su gracia, porque nuestra existencia es muy pobre, porque estamos heridos por el pecado y porque somos muy pequeños y limitados para vivir el Evangelio del Señor. Necesitamos de la asistencia del Espíritu Santo, que es esa fuerza interior que sostiene nuestros sueños y los deseos más genuinos de caminar haciendo la voluntad del Padre.
La gracia del sacramento del orden que ustedes están recibiendo hoy, es el compromiso que Jesús ha tomado con sus discípulos a los que nunca dejará solos, ya que Él “estará con nosotros hasta el fin del mundo”. Hoy, la Iglesia confirma que es el Señor el que los llama y envía con una misión bien concreta y específica, la de ser diáconos. Para esa vida y esa misión, el Señor les regala su gracia, de tal manera que, tanto para el ser y la vida, como para el hacer y la misión, jamás la realizarán en soledad, siempre estarán asistidos y acompañados por nuestro amado Señor Jesús. Vivir con esta conciencia es una responsabilidad de ustedes. Podrán experimentar dificultades, he inclusos pasar por crisis de soledad que pongan en duda la vida y la misión, pero jamás estarán solos, el Señor caminará con ustedes. ¡Cuiden esta confianza, cuiden esta gracia interior! A sí mismo, quisiera decirles que el secreto de esta manera de vivir la encontrarán en un sentimiento interior que, para mí, es la clave de la vida cristiana y del ministerio ordenado. La clave de todo está en la compasión. A medida que Jesús se encuentra con las personas de su tiempo, el Señor se compadece, sus entrañas se mueven intensamente, porque experimenta a su pueblo fatigado y abatido. Jesús no sólo “ve” a las multitudes, sino que “siente” con ellas, lo que ellas viven. Y puede hacerlo porque es cercano, porque está metido en la vida del pueblo, los conoce porque convive con ellos. La compasión viene por la cercanía con los que sufren. Nuestras entrañas nunca se moverían en la lejanía o en las miradas eruditas sobre la realidad. Las entrañas se nos mueven cuanto “tocamos la carne” dolorida y sufriente, como le gusta decir a nuestro querido Papa Francisco. Jesús, podía comprender desde su Corazón lo que vivían los más pobres de su pueblo y por eso, su compasión, lo hacía estar entre ellos con gestos de extrema delicadeza, ternura y misericordia, porque a esa gente apaleada y rechazada, que andaba como perdida por la vida,
solo un amor grande podía devolverles la dignidad perdida. Ese modo de estar con los pobres y enfermos generaba Reino de Dios, por lo tanto, ese modo, esos gestos, esa compasión, era la misión que el Padre le había encomendado.
Todo lo de Jesús comienza y tiene sentido en ese movimiento profundo que experimenta en la cercanía con las personas carenciadas y marginadas de su tiempo. A Jesús no le agobia la realidad de esas multitudes necesitadas. Él no se perturba, ni cae en una especie de desazón o desesperanza por lo exigente de la tarea, o por miedo a no estar a la altura de las circunstancias. Jesús no queda atrapado en la parálisis de las cosas que nos superan. Jesús se compadece y ese movimiento interior profundo es el inicio de toda su tarea apostólica que lo llevará incluso a entregar su vida en la Cruz. La compasión es entonces como una inteligencia superior, que nos hace entender la vida y todo, absolutamente todo, de otra manera, de tal forma, que incluso lo que nos sobrepasa como lo es en verdad la misión apostólica, queda como reubicado dentro de nuestras posibilidades humanas, donde no serán los resultados de nuestras acciones lo más importante, sino, el estar entre los más pobres con sentimientos de profunda compasión. La compasión de Dios es el inicio de todo. Nuestra humilde compasión, será continuar con ese movimiento que desea salvar a toda la humanidad, devolviéndole un rostro profundamente humano. Les pido que sean hombres llenos de compasión, de ternura y de misericordia y lo sean no desde la cabeza o, desde una obligación pastoral. Les pido que sus entrañas se conmuevan, porque están metidos en la vida de las personas. No tengan miedo a involucrarse en la vida de los pobres, los enfermos, los jóvenes. No sean hombres distantes.
Por el contrario, tengan empatía, aprendan a compartir los sufrimientos de nuestros hermanos, porque sólo allí, lo repito, sólo en ese sentimiento interior profundo, van a encontrar siempre el sentido de lo que son y lo que están llamados a hacer. En la compasión nunca estarán perdidos, en todo caso, cansados, pero nunca perdidos. En la compasión encontrarán el sentido de todo, por lo tanto, no pierdan tiempo buscando por otros lados. El sentido de la vida lo encontrarán en el amor concreto y servicial hacia los más necesitados y eso comienza en las entrañas y eso es ser diáconos. Además, el Señor invita a rogar al Padre para que muchos se entusiasmen a vivir esta misión,
que misteriosamente, Él la ve más como cosecha, que como siembra. Jesús vive su misión con alegría porque se da cuenta que, aunque hay mucho trabajo y los trabajadores son pocos, tanto es así que nos invita a pedir para que haya muchos, para Jesús, el trabajo por el Reino es reconfortante, porque es un servicio que se hace en las Manos amorosas del Padre que sostiene la historia. En definitiva, y por favor nunca se olviden de esto, el que siembra es el Padre y nosotros estamos invitados a cosechar. ¡Qué hermosa tarea y qué responsabilidad! Pero al mismo tiempo, ¡qué tranquilidad que todo esté en las Manos del Padre! Es muy significativo que inmediatamente después de este párrafo que hemos comentado, Jesús llama a los Doce y los envía. Quiere decir que esta misión se hace siempre en Iglesia, nunca como franco tiradores solitarios y aislados de la comunidad eclesial. Ustedes están entrando a un grupo de clérigos, conformado por diáconos permanentes y presbíteros. Empezarán a formar parte activa de un “cuerpo” concreto en esta Iglesia de Mercedes-Luján. Además, comienzan a transitar este ministerio cuando celebramos 90 años de vida como Iglesia Particular y en medio de un Sínodo sobre “Evangelización y Catequesis Hoy”. Están iniciando el ministerio en un año de gracia para nuestra Iglesia. Finalmente, tengo la gracia de conocerlos, hemos compartido mucho y quiero decirles públicamente que estoy muy agradecido a Dios por ustedes, porque estoy seguro de que le harán mucho bien a nuestra querida Iglesia. Sean hombres de Iglesia. Amen a la Iglesia. Amen a sus hermanos diáconos y presbíteros. Sean buenos colaboradores de nosotros, los obispos. Caminen juntos en “esta caravana” que es nuestra Arquidiócesis de Mercedes-Luján.
Gracias, queridos papás por haberles dado la vida a estos hijos. Sepan que tener un hijo consagrado al Señor es una bendición para toda la familia, porque nuestro Buen Dios los ha mirado a ellos, mirándolos primero a ustedes y los ama a ellos, amándolos a ustedes. Todos somos parte de la trama que Dios va tejiendo en la vida y ninguno de ustedes está afuera de esa trama divina que se hace misteriosa y simultáneamente junto a la historia de cada una de sus familias. ¡Gracias.
¡Qué bendición que se consagren aquí, en la Casa de María de Luján! Sé del amor que le tienen a Ella. En estos días, hemos estado juntos, de retiro, a sus pies y hemos experimentado el amor y la fe que le tiene el Pueblo de Dios. Recurran a Ella con frecuencia. Visítenla como los hijos visitan a su Madre. Somos la Iglesia que debe cuidarla. Nunca estaremos lo suficientemente conscientes y agradecidos de lo que esto significa. La Iglesia de Mercedes-Luján tiene hoy tres jóvenes que estarán totalmente a su servicio y para siempre. ¡Demos gracias a Dios!